Al mismo tiempo que las guerras derivadas de los nuevos nacionalismos, Europa daba origen también a la Revolución Industrial y al Movimiento Obrero. Inglaterra fue la primera cuna de estas dos manifestaciones.
La aplicación de los progresos científicos del siglo XVIII , producto del racionalismo (toda realidad puede ser analizada según principios racionales) el empirismo (la única base del conocimiento es la experiencia) y el pragmatismo (el establecimiento de toda verdad científica se ha de basar en los efectos prácticos) lograron un notable desarrollo de la tecnología y transformó profundamente los sistemas de prioducción y la estructura social del siglo XIX. Las formas de vida y los valores burgueses se consolidaron y la nueva sociedad se dividió en clases diferenciadas por la posesión o no de capitales, lo que con el tiempo, acarreará que los desposeidos y explotados -los proletarios- se alinearan frente a los poseedores y explotadores -los burgueses capitalistas-
Estas innovaciones técnicas es lo que se conoce como Revolución Industrial. Bajo su impulso se entró en la era del maquinismo y la producción industrial masiva.
Todo ello -máquinas, materias primas y búsqueda de mercados- exigía la inversión de grandes capitales, y ésto sólo estaba al alcance de la burguesía.
En este sistema, la máquina sustituyó a la herramienta y el hombre se convirtió en un engranaje más de la cadena productiva. El empresario era el dueño de los medios de producción y de los productos fabricados, y el obrero sólo tenía su fuerza de trabajo, que vendia a cambio de un salario.
La medicina avanzó mucho en este siglo, y la introducción de maquinaria en los campos hizo que se multiplicara la producción agrícola. Esto consiguió que la población europea aumentara de 187 millones en 1800 a 401 millones en 1900. También supuso que toda la mano de obra sobrante en las áreas rurales, por obra de las segadoras y trilladoras, inundara las ciudades y, por ende, las fábricas. Pero también, estos excedentes humanos emprendieron largos viajes en busca de trabajo industrial y de nuevas tierras que trabajar, sobre todo marcharon hacia EE.UU. y Australia. Los movimientos migratorios del siglo XIX desplazaron a unos 40 millones de personas, circunstancia que fue posible gracias a la aplicación de la caldera de vapor a la navegación, primero, y a la invención del ferrocarril, después. El ferrocarril fue también fundamental para estimular la industria siderúrgica y metalúrgica y la minería del carbón. Asímismo favoreció el intercambio de usos y costumbres y la movilidad personal.
Entre las últimas décadas del siglo XIX y el comienzo de la I Guerra Mundial se produjo la Segunda Revolución Industrial. La base fue el capital, por ello la Banca jugó un papel esencial, canalizando el ahorro generado por la agricultura y el comercio hacia la industria y movilizando la circulación de dinero con la concesión de créditos.
Las nuevas formas de energía, el petróleo y la electricidad, aceleraron todo el proceso, originando un sinfín de nuevas industrias según se les iban descubriendo nueva aplicaciones, primero bélicas, por supuesto, y después industriales civilies y comerciales. La transformación de las comunicaciones (telegrafía sin hilos, teléfono y prensa rotativa) tuvo también un papel protagonista.
De la Revolución Industrial surgió una nueva sociedad que pese a los principios liberales de igualdad, tiene como elemento diferenciador, no ya la cuna, sino la fortuna. La sociedad se divide entre ricos y pobres.
Las duras condiciones de vida de los trabajadores, con unos salarios tan bajos que les impedían cubrir las necesidades más básicas de alimento, vestido o vivienda; también la insalubridad, miseria, enfermedades e incultura, condujeron al obrero a un estado de cada vez mayor alienación. Se empezó a generar en los trabajadores el sentimiento de pertenecer a un grupo social con problemas e intereses comunes. Este fue el germen del movimiento obrero, cuyo impulsor fue el proletariado industrial que, valiéndose de la asociación y la huelga, luchó desde mediados del siglo XIX para mejorar su situación. Presionados por su acción, los Gobiernos, que hasta entonces se habían inhibido de toda intervención -excepto la represiva- comenzaron a realizar algunas reformas en la legislación social, aliviando en algo las condiciones de los trabajadores, aunque hubo que esperar hasta la segunda mitad del siglo para que el movimiento se convirtiera en una verdadera fuerza impulsora de la transformación social.