Lo menos que se le puede pedir a alguien es coherencia. Se podrá o no estar de acuerdo con él, pero si es consecuente con sus principios y creencias, siempre será merecedor de respeto. No es el caso histórico de los papas católicos, ni tampoco el del actual, Benedicto XVI.
"Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos. Que tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate de muchos" (del Evangelio según San Marcos, 10,42-45)
No olvidemos que Benedicto XVI es el jefe de un Estado en el que ejerce el poder de la forma despótica que en estos versículos se critica. En la Ley Fundamental de El Vaticano se recoge: "El Sumo Pontífice es Soberano y posee la plenitud de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial". Es decir, el Papa se pasa a San Marcos por sus santos huevos.
"Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis.
Bienaventurados seréis cuando os odien, o expulsen o injurien y proscriban por causa del Hijo del Hombre" (Lucas 6, 20-22)
Benedicto XVI y su Iglesia no son precisamente pobres. Benedicto XVI no tiene hambre (y muchísimo menos, sed de justicia). El Papa sólo llora teatralmente en el transcurso de algún acto público para que lo vean, tal y como hacían los fariseos. Al Papa no se le odia ni se le expulsa, sino que consigue que gobiernos presuntamente acofensionales y progresistas, como el nuestro, se asrrodillen a sus pies y se gasten en recibirlo cuantiosas sumas de dinero que nos hacen falta para necesidades reales (exactamente son 200.000 euros por hora lo que nos va ha costar la visita ¡La hostia!)
Así que sirvan las mismas palabras del libro sagrado que el Papa difunde y propaga como la única verdad las que desacrediten y denuncien sus propias actuaciones ante el mundo. Pedro, el humilde pescador y primer Papa, sentiría vergüenza de sus descendientes.