Tras su muerte, el día 19, a los 67 años de edad, el 21 de enero de 1986 Madrid se convirtió en el escenario de una de las más grandes manifestaciones de duelo popular que se han vivido a lo largo de la historia, tanto en la Capital como en el resto del estado, muy superior a la sucedida tras el fallecimiento del dictador Franco y sólo comparable al masivo cortejo del entierro de Durruti en Barcelona. Tal era el cariño que el pueblo de Madrid profesaba a su alcalde.
De larga y profunda trayectoria intelectual (Doctor en Derecho, Doctor en Filosofía y Letras, escritor prolífico, ensayista y traductor) y política, Enrique Tierno Galván fue perseguido duramente durante la dictadura, siendo procesado en 1957 por sus actividades políticas y expulsado de su cátedra universitaria por apoyar las revueltas estudiantiles de 1965.
Comenzó militando en el PSOE, pero fue depurado por divergencias doctrinales, acusado de no ser marxista. Después formó parte de otros partidos y coaliciones socialistas hasta que en 1968 funda el Partido Socialista del Interior, que en 1974 pasó a llamarse Partido Socialista Popular, con el que consiguió el acta de diputado por Madrid en las primeras elecciones democráticas (1977) en coalición con la candidatura Unidad Socialista.
Por fin, integró a su partido en el PSOE, del que fue nombrado presidente honorífico en 1978. Un año más tarde se presenta a la alcaldía de Madrid y gana la elección sumando sus votos a los del PCE. Continuó siendo alcalde de la Capital hasta su muerte, siete años después.
No olvidamos que con él se produjeron las primeras privatizaciones de algunos servicios municipales, pero tampoco que durante su mandato dieron su fruto las recién nacidas negociaciones, acuerdos y convenios, sin imposiciones dictatoriales como en la actualidad.
No sabemos muy bien por qué Alberto Ruiz-Gallardón se suma tan gozoso al homenaje a Enrique Tierno Galván, ya que nada los ha unido nunca excepto el cargo político. En 1983, cuando el Ayuntamiento social-comunista financiaba una revista de reconocido prestigio y calidad titulada "Madriz”, Gallardón, recién elegido concejal por Alianza Popular, dijo de ella que se trataba de una “porquería repugnante, pornográfica, blasfema, en el sentido jurisdiccional de la palabra, contraria a la moral y la familia”.
Tampoco se parecen nada en la gestión de las obras públicas: D. Enrique llevó a cabo el Plan del Manzanares, Mercamadrid, el Campo de las Naciones, el Planetario, el Pasillo Verde Ferroviario y un sinfín de servicios en todos los distritos, que ahora están siendo “externalizados”. Y todo esto lo hizo sin arruinar las arcas de la ciudad.
“EL VIEJO PROFESOR” Y EL PENSAMIENTO LIBERTARIO
Aun siendo militante socialdemócrata, D. Enrique, debido a su ausencia de dogmatismos, siempre estuvo muy cercano al sentido ácrata de la existencia y al pensamiento libertario, y no sólo por sus concepciones teóricas sobre la autogestión dentro del socialismo, sino por hechos más concretos. Ejemplo de ello es el excelente prólogo que escribió para el libro “Durruti 1896-1936”, del intelectual e historiador anarquista Rai Ferrer.
También en muchas de sus frases ha dejado constancia y memoria de sus tendencias antiautoritarias. Recordemos algunas:
“El poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado, o estalla.”
“En política se está en contacto con la mugre y hay que lavarse para no oler mal.”
“Bendito sea el caos, porque es síntoma de libertad.”
“Los bolsillos de los gobernantes deben ser de cristal.”
“Todos tenemos nuestra casa, que es el hogar privado; y la ciudad, que es el hogar público.”
Y aquella otra tan famosa, en la que demostraba su complicidad con la juventud y la Movida Madrileña, pronunciada en 1984 en el Palacio de los Deportes durante un festival de música:
“Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque… y al loro.” Desde aquí nuestro recuerdo, nuestro respeto y nuestro deseo de que, quienes ahora le rinden homenaje y piden estatuas en su memoria, aprendan algo del “viejo profesor”.
Con la colaboración del compañero Alfredo “El Chotis”